Un grupo de trece niños y yo empezamos a asistir al Centro de memoria paz y reconciliación, al principio coser sin mucha experiencia no fue fácil, pero luego, apunta de dedicación aprendimos. Pero el real aprendizaje fue aprender a escuchar, no juzgar, no opinar, solo sentir, a veces, nos quedamos impactadas con algunas historias desgarradoras.
No era fácil escuchar a una mujer con voz serena, como había salido de su pueblo empujada por la violencia estructural que en el norte del Cauca (un departamento al sur de Colombia) había desplazado a miles de personas, quienes acusaban a los dueños de la hidroeléctrica de despojarlas de su pueblo para la construcción del mega proyecto y acusaban al gobierno nacional de ser cómplice, ella era era una de las victimas de este hecho, mientras nos narraba esta historia, cosía una tela en la que retrataba la calle donde estaba ubicada su casa. Para esa altura empezábamos a sentir que todos nosotros guardabarros algo de culpa, pues con la excusa del progreso justificábamos destruir la naturaleza y omitíamos consciente o inconscientemente la destrucción del tejido social.
Otra de nuestras compañeras de costura, es una mujer maltratada por su esposo, con voz fuerte, contaba como se atrevió a abandonar a su esposo, tras años de abusos y maltratos; ella llegó al café igual que yo, buscaba identificarse con otras mujeres victimas, no llevaba muchos meses asistiendo pero había entendido que aunque las causas de la violencia son diferentes, las secuelas psicológicas son iguales.
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